Según la investigación, llevar una dieta equilibrada no es la única clave para mantener un peso saludable también importa cuándo se consume esa comida. Y lo más sorprendente: este simple cambio de horario podría incluso contrarrestar la predisposición genética a ganar peso.
   El estudio, liderado por un equipo de investigadores de la Universidad de Harokopio en Atenas (Grecia) y en colaboración con instituciones europeas, analizó los hábitos alimenticios y perfiles genéticos de más de 1.800 adultos durante un período de seguimiento de tres años.
   Los resultados, reveladores, muestran que las personas con alto riesgo genético de obesidad que adelantan su hora de comida principal (como el almuerzo o la cena) tienden a ganar menos peso o incluso a perderlo, en comparación con quienes comen más tarde, a pesar de ingerir cantidades similares de calorías.
Genes vs. reloj biológico   Desde hace décadas, los científicos saben que la genética juega un papel importante en la obesidad. Algunas personas nacen con una mayor predisposición a acumular grasa, metabolizar más lentamente los nutrientes o sentir más hambre. Se han identificado docenas de variantes genéticas asociadas al aumento de peso, y se utilizan índices como el Puntaje de Riesgo Genético para la Obesidad (PRG) para predecir la probabilidad de que una persona desarrolle sobrepeso.
   Sin embargo, este nuevo trabajo aporta una perspectiva revolucionaria: el ambiente y los hábitos pueden modular la expresión de esos genes. "No estamos condenados por nuestra genética", afirmó la doctora María Garaulet, investigadora principal del estudio. "Nuestro reloj biológico, o ritmo circadiano, interactúa directamente con los procesos metabólicos. Comer en momentos inadecuados puede des sincronizar este reloj y favorecer el almacenamiento de grasa, especialmente en quienes ya tienen una vulnerabilidad genética".
   El cuerpo humano funciona mejor cuando las comidas están alineadas con su ritmo natural: metaboliza más eficientemente los nutrientes durante el día, y disminuye su actividad digestiva por la noche. Comer tarde, especialmente después de las 9 p.m., interfiere con este proceso, reduciendo la termogénesis (quema de calorías) y alterando hormonas como la insulina y la leptina, responsables del control del apetito y el almacenamiento energético.
¿Qué hizo el estudio?   Los participantes fueron clasificados según su riesgo genético de obesidad y divididos en dos grupos: quienes consumían su comida principal antes de las 15 y quienes lo hacían después de esa hora. También se registró el horario de la cena, la distribución de calorías a lo largo del día y los patrones de sueño.
   Tras tres años de seguimiento, los investigadores observaron que:
• Las personas con alto riesgo genético que comían tarde ganaron un promedio de 2,3 kg más que aquellas con el mismo perfil genético que adelantaban su almuerzo.
• Entre quienes cenaban antes de las 20:00, el aumento de peso fue un 30% menor, independientemente de la calidad de la dieta.
• El efecto fue más marcado en mujeres y en personas con horarios irregulares de sueño, lo que sugiere una interacción entre alimentación, genética y descanso.
   "Lo más interesante es que no se trataba de cambiar qué comían, sino cuándo lo hacían", explicó el Dr. Konstantinos Argyrakos, coautor del estudio. "Una persona con alto riesgo genético puede mantener un peso estable simplemente ajustando su horario de comidas, sin necesidad de dietas extremas".
La ciencia detrás del reloj biológico   Nuestro organismo funciona bajo un sistema de relojes biológicos que regulan funciones vitales como el sueño, la temperatura corporal, la secreción hormonal y el metabolismo. Este sistema, conocido como ritmo circadiano, está sincronizado principalmente con la luz del día. La alimentación actúa como un "sincronizador secundario": cada vez que comemos, enviamos una señal al cerebro y al hígado para que activen procesos digestivos y metabólicos.
   Cuando comemos tarde, especialmente alimentos ricos en carbohidratos o grasas, el cuerpo no está preparado para procesarlos eficientemente. La insulina, la hormona que regula el azúcar en sangre, es menos sensible por la noche, lo que favorece el almacenamiento de grasa. Además, comer cerca de la hora de dormir puede alterar la calidad del sueño, lo que a su vez afecta el apetito al día siguiente, creando un círculo vicioso.
   Este fenómeno es aún más crítico en personas con predisposición genética. Sus cuerpos ya tienen una eficiencia metabólica reducida, y cualquier desajuste, como una cena tardía, puede desencadenar un aumento de peso más rápido.

¿Qué significa "adelantar" la comida?
   El estudio define "adelantar" como consumir la comida principal (generalmente el almuerzo) antes de las 15 y la cena antes de las 20. Esto no implica saltarse comidas, sino redistribuir las calorías a lo largo del día, priorizando el desayuno y el almuerzo, y reduciendo la ingesta nocturna.
   Por ejemplo:
• Desayuno: 25-30% de las calorías diarias.
• Almuerzo: 40-45% (consumido antes de las 15).
• Merienda: 10-15%.
• Cena: 15-20% (antes de las 20).
   Este patrón, conocido como alimentación diurna o early time-restricted eating, ha demostrado beneficios no solo para el peso, sino también para la presión arterial, el colesterol y la sensibilidad a la insulina.
Un cambio realista y accesible   Uno de los mayores atractivos de esta estrategia es que no requiere una dieta especial, ni gimnasios, ni suplementos. Solo implica un ajuste en los hábitos cotidianos. "Es una intervención de bajo costo y alta aplicabilidad", destacó Garaulet. "Cualquiera puede empezar mañana mismo a cenar más temprano".
   Además, el estudio encontró que las personas que adoptaron este cambio no solo controlaron mejor su peso, sino que reportaron mayor energía durante el día, mejor digestión y menos antojos nocturnos.
Implicaciones para la salud pública   En un mundo donde más del 60% de la población adulta en países como Argentina, Estados Unidos o España sufre sobrepeso u obesidad, este hallazgo abre nuevas puertas para políticas de salud pública. En lugar de enfocarse únicamente en "comer menos y moverse más", los expertos sugieren que educar sobre el momento de la comida debería ser una prioridad.
    "Hasta ahora, las campañas de salud han ignorado el factor temporal", señaló la nutricionista Laura Fernández, especialista en obesidad. "Sabemos que un niño que cena a las 22 tiene más riesgo de obesidad que uno que lo hace a las 19, pero no se enseña en las escuelas ni se promueve en los medios".
¿Y si trabajo de noche o tengo horarios irregulares?   Los investigadores reconocen que no todos pueden cenar a las 20. Personas que trabajan en turnos nocturnos, profesionales de la salud o empleados de servicios esenciales enfrentan desafíos reales. En esos casos, recomiendan crear un horario estable de comidas dentro de su rutina, evitando picoteos constantes y priorizando comidas completas durante su "día biológico", aunque este sea de noche.
   También se sugiere maximizar la exposición a la luz natural durante el día y reducir la luz azul antes de dormir, para fortalecer el ritmo circadiano.
   Este estudio no niega la importancia de una dieta saludable, el ejercicio o el sueño. Pero añade una pieza clave al rompecabezas: el tiempo. En una era donde todo parece estar en contra de una vida saludable —comida ultraprocesada, sedentarismo, estrés—, saber que un simple cambio de horario puede marcar la diferencia es un mensaje poderoso.
    "La genética carga la pistola, pero el estilo de vida aprieta el gatillo", dice un viejo adagio en medicina. Este nuevo hallazgo sugiere que, incluso si la pistola está cargada, podemos decidir cuándo —o si— apretar ese gatillo. Y a veces, todo lo que se necesita es cenar un poco más temprano.
Fuente: diarionorte.com