Cómo la falta de sueño afecta al cerebro.

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Cómo la falta de sueño afecta al cerebro.
Cómo la falta de sueño afecta al cerebro.

6 de Mayo, 2025-Metainvestigación-Una revisión exhaustiva de cientos de estudios científicos revela cómo distintos tipos de trastornos del sueño —insomnio, apnea, privación puntual— impactan en regiones específicas del cerebro. Esta nueva perspectiva, basada en evidencia acumulada, podría abrir la puerta a tratamientos personalizados para abordar estas alteraciones desde un enfoque neurológico.

Dormir mal o dormir poco no es un problema menor. Casi un tercio de la población mundial no logra alcanzar las 7 a 9 horas de sueño recomendadas por los especialistas. De hecho, un estudio reciente muestra que el 31% de los adultos duerme menos de lo aconsejado, lo que repercute en su salud física, emocional y mental.

   La falta crónica de sueño está vinculada a un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo, inmunidad debilitada, obesidad y diabetes tipo 2. Sin embargo, hasta ahora se sabía poco sobre cómo se manifiestan estas consecuencias en el cerebro. Una nueva metainvestigación liderada por el Instituto de Neurociencia y Medicina Jülich, en Alemania, ofrece respuestas más precisas.

 Publicado en la revista JAMA Psychiatry, el estudio analizó datos de 231 investigaciones previas que comparaban el cerebro de personas con trastornos del sueño frente a individuos sin alteraciones. Una de sus principales conclusiones es que el insomnio crónico afecta áreas cerebrales distintas a las que impacta la falta ocasional de descanso. Esta distinción resulta clave para entender mejor los síntomas, desarrollar estrategias de diagnóstico más afinadas y diseñar terapias más eficaces.

   "La falta de sueño es uno de los factores de riesgo modificables más relevantes para enfermedades mentales, tanto en adolescentes como en adultos mayores", explicó el doctor Masoud Tahmasian, investigador principal del estudio.

   Según el trabajo, trastornos como la apnea del sueño, la narcolepsia o la privación aguda afectan diferentes regiones cerebrales, cada una con funciones específicas. En el caso del insomnio prolongado, los cambios más notorios se detectaron en áreas como la amígdala derecha, el hipocampo y la corteza cingulada anterior. Estas estructuras están involucradas en el procesamiento de emociones, la memoria, la toma de decisiones y la percepción sensorial.

   Estas alteraciones explican síntomas frecuentes en quienes sufren trastornos crónicos del sueño: agotamiento, irritabilidad, dificultad para concentrarse, olvidos frecuentes, e incluso depresión. Sin embargo, aún no está claro si estos cambios cerebrales son causa o consecuencia del mal descanso.


   Por su parte, la falta de sueño puntual —como pasar una sola noche sin dormir— mostró un patrón diferente. Se observaron efectos sobre el tálamo derecho, región responsable de funciones esenciales como el control de la temperatura corporal, el movimiento y la percepción del dolor. Este hallazgo ayuda a entender por qué, tras una noche de insomnio, muchas personas se sienten lentas, torpes y más vulnerables a enfermedades.

    "Cualquiera que haya tenido una mala noche lo sabe: uno está más irritable, distraído, con menor capacidad de atención y más propenso a errores", señaló Gerion Reimann, coautor del trabajo. "Ahora podemos confirmar que esos síntomas tienen una correlación directa con el funcionamiento cerebral".

   El descubrimiento más relevante es que no existe una superposición entre las regiones afectadas por el insomnio crónico y las alteradas por la privación puntual de sueño. "Es un hallazgo clave, porque nos permite enfocar futuros estudios en redes cerebrales específicas según el tipo de trastorno", remarcó Reimann.

   Además, el enfoque integrador del estudio permite un análisis "transdiagnóstico", es decir, que contempla la interacción entre distintos tipos de alteraciones del sueño y su vínculo con otras enfermedades neurológicas o psiquiátricas. Esto representa un paso importante hacia tratamientos más personalizados y efectivos.

   Con el conocimiento actual, los investigadores esperan que esta información sirva para evaluar cómo responden distintas regiones cerebrales a terapias existentes, como el tratamiento cognitivo-conductual, la administración de fármacos o el uso de dispositivos como la CPAP (presión positiva continua) en pacientes con apnea.

    "Muchas personas con insomnio también presentan cuadros de ansiedad, depresión o tienen riesgo de desarrollar Alzheimer u otras formas de demencia", explicó Tahmasian. "Ahora que sabemos qué partes del cerebro están implicadas, podemos estudiar más profundamente qué tipo de intervención funciona mejor para cada paciente".

   Este estudio marca un avance sustancial en la comprensión del sueño desde una perspectiva cerebral. Más allá de confirmar los efectos negativos de no dormir, ofrece un mapa preciso del impacto neuronal de distintos trastornos y propone un camino hacia una medicina del sueño más específica, eficaz y basada en evidencia.


Pantallas e insomnio: un vínculo demasiado conocido

   Una vez más, los autores confirmaron lo que ya numerosos estudios habían señalado: el uso prolongado de dispositivos electrónicos como teléfonos móviles y tabletas tiene un impacto negativo significativo en la calidad del sueño.

   La exposición prolongada a las pantallas de estos dispositivos interfiere con la producción natural de melatonina, la hormona encargada de regular los ciclos de sueño y vigilia. Al mismo tiempo, incrementa los niveles de cortisol, conocida como la "hormona del estrés", lo que dificulta aún más conciliar el sueño y alcanzar un descanso reparador.

   Frente a estos efectos, los autores del estudio recomiendan evitar el uso de pantallas al menos dos horas antes de acostarse, con el fin de facilitar el proceso de conciliación del sueño. Además, insisten en la importancia de establecer horarios fijos para dormir, como una medida clave para prevenir problemas de insomnio.

   El sueño adecuado varía según la edad: los adultos necesitan entre siete y ocho horas de descanso nocturno. En el caso de los más pequeños, las necesidades son mayores: los bebés menores de un año deben dormir hasta 17 horas al día, mientras que los niños de entre dos y tres años requieren entre 11 y 14 horas de sueño.

   Estos hallazgos refuerzan la necesidad de promover hábitos saludables frente al consumo de tecnología, especialmente en las horas previas al descanso.

Fuente: diarionorte.com

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