El economista analiza críticamente la estrategia del gobierno argentino para bajar la inflación, cuestionando tanto los métodos como el relato que los justifica. Señala que el control de precios se ha logrado con herramientas de alto costo social, sin resolver los problemas estructurales de fondo.
Un país más caro en dólares   Nicolás Dvoskin destaca que la Argentina se ha vuelto "tres veces más cara en dólares" desde octubre de 2023. La inflación acumulada en ese período ronda el 200%, mientras el dólar paralelo se mantuvo relativamente estable, lo que encareció notablemente al país en moneda extranjera. Esto favorece el turismo al exterior y las compras transfronterizas. Incluso afirma que hoy puede comprar comida más barata en Uruguay que en Buenos Aires.
   Durante el gobierno anterior, la brecha entre el dólar oficial y el blue permitía cierta competitividad para el turismo extranjero. Hoy, esa ventaja desapareció.
Impuestos: una explicación equivocada   Uno de los argumentos del oficialismo para explicar los altos precios —por ejemplo, el famoso "Big Mac más caro que en Manhattan"— es la supuesta carga impositiva. Dvoskin refuta esta idea. Sostiene que la presión tributaria argentina no es particularmente más elevada que la de otros países, especialmente los desarrollados. De hecho, el IVA argentino (21%) es comparable al de Europa o América Latina.
   Tampoco han aumentado significativamente los impuestos en los últimos años. Por el contrario, algunos como Bienes Personales han sido reducidos. Por lo tanto, el argumento impositivo no explica el salto de precios en dólares.
   Además, advierte que algunos defensores del gobierno difunden gráficos distorsionados o mal calculados, como un supuesto "Big Mac sin impuestos" basado en datos incorrectos del Banco Mundial. Estas desinformaciones, señala, alimentan prejuicios en un público no especializado.
Problemas estructurales más profundos   Para Dvoskin, la inflación argentina no se resuelve con fórmulas simplistas como "dejar de gastar" o "no emitir más". Sostiene que el país enfrenta desequilibrios estructurales persistentes: uno de los más graves es la fuerte dolarización del ahorro, que implica una salida constante de divisas.
   Otro problema es la desarticulación entre sectores: el agro, principal generador de dólares, representa solo el 7% del empleo. La industria, en cambio, necesita dólares para importar insumos y pagar salarios locales altos que sostengan el consumo interno. Esta tensión plantea la necesidad de tipos de cambio diferenciados.
   Mientras el agro no depende del nivel de salarios internos, la industria sí lo hace. Por eso, controlar la inflación vía salarios impacta más a sectores que generan empleo.
Las tres anclas del plan antiinflacionario   El gobierno puso como prioridad la baja de la inflación, y para lograrlo aplicó tres medidas centrales:
1. Ancla cambiaria: se mantuvo el valor del dólar estable mediante una tasa de interés alta que atrae capitales especulativos. Esto genera una apreciación artificial del peso.
2. Recesión: la fuerte caída de la actividad durante 2024 frenó los precios. Pero, si la economía repunta, este efecto dejará de operar.
3. Ancla salarial: el gobierno intervino las paritarias para que los salarios no superen ciertos techos, incluso por debajo de la inflación. Esta política redujo el poder adquisitivo, pero contuvo la suba de precios.
Ajuste brutal para lograr el superávit   El superávit fiscal se alcanzó con un ajuste profundo sobre el gasto público. Dvoskin enumera sus efectos: recortes en jubilaciones, universidades, ciencia, salud y obra pública. Si bien desde el gobierno se destaca el orden fiscal, el economista sostiene que ese superávit tiene más un efecto de disciplinamiento social que un impacto económico positivo inmediato.
La economía como relato   Dvoskin pone en cuestión la narrativa oficial. Señala que se ha construido un relato simplista, en el que todo se resuelve con "dejar de gastar" y que identifica chivos expiatorios como los impuestos o el gasto público. Este tipo de discursos, afirma, "satisfacen prejuicios" y resultan más atractivos para el público general, especialmente en redes sociales.
  Advierte contra el efecto Dunning-Kruger: la sobreconfianza de quienes entienden poco pero opinan con seguridad. Incluso economistas con formación académica, dice, caen en simplificaciones o manipulan datos para justificar posiciones ideológicas.
   La baja de la inflación se ha conseguido con mecanismos de fuerte impacto social, especialmente sobre salarios y gasto público. Sin embargo, los problemas estructurales siguen vigentes: dolarización de carteras, desarticulación productiva, dependencia del agro. Dvoskin dice que más allá de los números, se impone "Un relato simplista que busca culpables antes que causas. Cuando la explicación parece demasiado fácil, probablemente no lo sea", concluye.
Fuente: diarionorte.com